Y un día, un hombre que había pasado mucho tiempo deambulando entre el
mar, el desierto, la montaña y la selva, decidió detenerse en un pueblo que se
encontraba en desierto. Ahí vivían hombres que se enorgullecían por su gran
resistencia a ese ambiente tan hostil y cuyo único amor en los bienes que poseían,
bienes que estaban compuestos por arena. Al ver esa condición, exclamó en medio
del único lugar que compartían todos los pobladores lo siguiente:
"Hay quienes dicen que por una mordida caímos del Paraíso. Más yo
les digo: Al contrario, es que por fin obtuvimos lo único que puede darnos,
algo mucho más valioso que el mismo Edén: Nuestra existencia. Solo existimos
porque somos libres. Es nuestra más hermosa condena. Y ese acto originario es
que la obtuvimos. Esto fue lo que nos enseñó la serpiente, símbolo en nuestra
tradición de sabiduría. Nuestra historia ha sido la búsqueda de conquistarla,
pues, al dar libre entrega a nuestras pasiones y deseos, la hemos perdido, no
porque se haya ido sino porque nos la hemos escondido entre nosotros mismos,
para poder afirmar la voluntad de cada uno. Hemos olvidado la enseñanza más
valiosa de la sabia serpiente: La elección fue de dos. La libertad se construye
y conquista colectiva. La verdadera libertad, no la que propagan los mercaderes
que creen haberla comprado y apropiado, es la que afirma nuestra existencia
auténtica, la vida compartida. Y como aquel mítico símbolo de la serpiente que
se come así misma, y solo construimos una verdadera libertad gracias al
compartir nuestra mesa.
Quizás hemos entendido mal esa palabra que resuena en nuestro interior
como un trueno, que nos afirma, que nos hace recordar que estamos vivos aún.
Quizás es la hora del gran Despertar y de transformar los valores.
Transformación que los grandes de la historia comprendieron y que muchos hemos
olvidado o quizás no hemos visto y por eso no somos como esos gigantes. Por
ello, quizás desde hora nuestra hermosa condena debe ser la Justicia: Somos
capaces de experimentarla, pero a la vez debemos buscarla. Es una condena
porque por más que la experimentemos siempre una parte de ella se nos escapa y
estamos obligados a buscarla, porque es una cadena que nos arrastra. Nuestra
miseria se ha tratado de no darnos cuenta de ello, de no darnos cuenta de que
los primeros hombres, la pareja originaria, nos condenaron a ella y que es una
cadena que nos ata a todos.
Por ello, ya no se trata de llegar al Paraíso: Nuestro mayor tesoro es
que no podemos hacerlo. Ello nos permite experimentar, sentir, vivir y
equivocarnos. Los dioses nos tienen envidia por ello, porque su perfección hace
que no pueda cambiar. En cambio, nosotros podemos construir y reconstruir el
camino inacabado, cuyo tránsito llamamos vida. Pero esta construcción y esa
búsqueda de poder construir nuevos caminos no deben hacerse sola, sino nos perderíamos
a nosotros mismos.
Y eso es lo que han olvidado ustedes, viven en pueblo porque no pueden
hacerlo de otra manera, pero en lo profundo de su corazón desearían hacerlo
solo. Sus posesiones son símbolos de ello. Y eso será su propia
destrucción".
Dicho esto, el hombre viendo la miseria de dichos hombres que se hacían
llamar ricos y fuertes, decidió retirarse y seguir su camino. Él había cumplido
con el demonio que se encontraba dentro de él y que tiene forma de serpiente.
Luego, los fuertes vientos del tiempo derrumbaron dicho pueblo, donde nada
faltaba, pero se encontraba en medio de la soledad. Los bienes de arena se
esparcieron y se dicha tierra quedo en el olvido.
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