lunes, 8 de febrero de 2010

Donde arden los sueños

En el reino del terror y el fuego, donde las esperanzas se desvanecen, y solo se escuchan gritos de sufrimiento y penuria, la eternidad quisiera convertirse en polvo, aquel que al soplar desaparece. A la cabeza de este oscuro territorio, riendo sin cesar de la manera más macabra jamás imaginada, se erige Lucifer, con un trinche en la mano con el cual recuerda a sus ilustres y permanente visitantes el motivo de porque están ahí. En su mente y en sus labios saborea las consecuencias del uso de su libertad. Él es un rebelde, intento derrocar al mismo ser todopoderoso. ¿Y qué gano? Ser el amo y señor de un vasto y caprichoso territorio que crece con cada momento que arde en el tiempo. Un único pensamiento gobierna en su cabeza: “Mi reino significa tu perdición, tu muestra de imperfección, Oh todopoderoso”.

De seguro, los que son cristianos, han reconocido el lugar que describo aquí. Y los que no profesan esta religión, igual lo habrán reconocido. Y es que el infierno y su señor, el Diablo, están impregnados en la imagen popular, en los relatos que se transmiten de generación en generación para atormentar a los pequeños, con el fin de que el miedo hacia ese lugar los motive a obrar bien. ¿Pero alguna vez te haz sentado a analizar los argumentos de esta historia de fuego y dolor? Si no ha sido así, te invito a que me acompañes, mientras lees esto, a profundizar en las entrañas del mismo infierno. Quizás si lo visitamos y conocemos le perdamos ese miedo, pues como versa el dicho: “tememos a lo desconocido”. Tal ves no es tan malo como creemos o como nos han enseñado. ¿Quién sabe?

Creo que lo primero que se debe hacer para perderle el miedo al Coco, mejor conocido como el Diablo, es analizar, de una manera racional, los argumentos que lo sustentan y le dan vida. Mas no por medio de las creencias, pues están dan rienda suelta a nuestra imaginación, tan poderosa y creativa. El creer no pone límites y por lo tanto no encontramos una base firme donde apoyarnos para empezar a explorar en aquel lugar de llamas eternas. Además mediante las creencias damos por sentado algo, por ejemplo, que existe el infierno, por lo cual no cuestionamos su existencia. Ahora bien, algún defensor de la fe, en búsqueda de seguir el hilo de este escrito, dirá por ahí: “Pero podemos aún visitarlo”. Pero, ¿Para qué? Si también mediante la fe podemos creer saber que hay en ese lugar, por lo cual no serviría de nada hacer despegar nuestra mente hacia un arduo trabajo, si tan solo bastaría con ir a donde mi abuelita o a un cura mayor de 50 años para que me contara como es el lugar.
Como vaticinio de lo que viene, les digo que no teman cuestionar sus propias creencias, desármenlas, destrúyanlas, o vuelvan a armarlas de una manera que se acomode más a ustedes y a sus preferencias. A veces damos por sentado que existe algo y cuando lo desmenuzamos, nos damos cuenta de que es imposible volverlo a construir. El creer en algo sin antes cuestionarlo es infantil. No nos permite avanzar y conocer más. Dicho esto, sigamos…

La creencia en el infierno es parte de la fe cristiana. Por lo tanto, es dentro de sus principios que debemos analizarla. Y si mal no recuerdo, me enseñaron de niño un par de creencias fundamentales: Que Dios es omnipresente y omnipotente. Claro que cuando me lo dijeron no comprendí que significaba, pues nunca había escuchado palabras tan raras. Pero como era un niño curioso, le pregunte a mi mamá que querían decir y me explicó que significaban que Dios era todo poderoso y que estaba en todas partes. Y algo que viene dentro de la misma idea que tenemos de Dios, es que él es el bien supremo.

Aquí viene la contradicción: Si él es bien supremo y esta en todas partes entonces se deduce que el bien esta en todas parte, ¿no? Pero sabemos que existe el mal o por lo menos eso creemos y admitimos que hay un lugar donde van los que obran de manera incorrecta, es decir, un sitio de malos. Entonces, ¿Cómo es posible este lugar? No puede haber oscuridad en un lugar lleno de luz. Con ello llegamos a tres posibles soluciones a esta paradoja: Que no existe este lugar ni el mal; que Dios no este presente en todas partes; o que Dios no sea del todo bueno. Me resultan muy sarcásticos y divertidos los aprietos a que sometemos nuestra fe cuando la enjuiciamos en el tribunal de la razón.

Evaluaremos la primera opción: Que no exista el mal ni el infierno. Al suponer esto, vemos que desafiamos el sentido común, que nos dice que hay actos malos en todas partes. Pero digamos por un momento que no existe, esto puede ser posible gracias a que Dios es todopoderoso y puede hacer que desaparezca en un instante, con tal de él estar en todas partes. Pero, así caemos en un pozo sin retorno. Si no existe el mal tampoco existe el bien. ¿Cómo sabríamos que algo es bueno si no hay algo malo con que compararlo? Bien y mal se necesitan para existir. Son como una pareja que no puede vivir sin el otro. Si uno muere, el otro se suicida. Si no existe el bien, tampoco existe Dios, que representa el bien absoluto. Entonces este argumento queda descartado.

Segundo argumento: Dios no esta en todas partes. Si el infierno es un lugar, entonces Dios no esta ahí. SI lo extendemos un poquito más, como la idea del Diablo y el infierno está íntimamente relacionado con el mal, donde hay mal no esta Dios. Este es el famoso argumento de Einstein: el mal es ausencia de bien, como la oscuridad es ausencia de luz o el frío es ausencia de calor. Bonitas palabras de uno de los hombres más sabios de la historia. Pero si esto es cierto, entonces Dios no sería omnipresente.

Continuemos con la última solución: Que Dios no sea del todo bueno. Resulta lógico, pues se dice que Dios es todo, por lo cual también puede ser algo malo. Estas dudas me atormentaban en mi etapa escolar, motivo por el cual decidí preguntarle a un cura de mi colegio porque se dice que Dios es amor. Él me respondió que es cuestión de fe, que eso no se podía probar. Pero que a partir de esa “verdad” se erigía todo el edificio de principios cristianos. Lógicamente la respuesta no me satisfago nada. Pero comprendí que él estaba en lo cierto, si Dios no era alguien amoroso, todos las predicas de Jesús se vendrían abajo. Y estas han ayudado a muchísimas personas que buscaban una esperanza. Esto es lo que yo llamo un “argumento del corazón”, la razón no puede decir el porque es así, pero el corazón si lo sabe.

Con esto se deduce, que si el principal argumento de la cristiandad es un hecho del corazón, todos los demás derivados, también serán de esa misma naturaleza. Esto es un punto al cual quería llegar. Muchas veces creen los cristianos, y en general las religiones, tener la verdad absoluta, tratándose de imponerse sobre otros. Quizás esto ya no sea frecuente, pero cabe resaltar algo importante: Las verdades del corazón depende de la persona, son sentimientos que nos mueven a actuar de determinadas maneras, mas lo que ellas muestran no son verdades universales y necesarias, por lo cual ninguna es más que otra. Debemos respetar las creencias de los otros, porque todo el edificio de la fe no es más que creencias, que llenan el vacío con algo que no sabemos si aunque sea es posible. No es un conocimiento ni una verdad.

Pareciera que ya se acabaría acá el artículo, con la reflexión sobre la fe y la verdad. Pero esa no es mi intención. Si trato de refutar algunos argumentos, a parte mostrar que son refutables, pueden no ser ciertos; quiero mostrarles otra vía, otra forma de verlos y comprenderlos. Si usted quiere quedarse con las viejas enseñanzas, siéntase libre de hacerlo, si es eso lo que le satisface. Personalmente a mi no me llena, por lo cual trato de entenderlos a mi manera. Aquí se las presento:

¿Por qué surgió la idea de un lugar de tormentos eternos? Es una manera de control mediante los miedos, si no obramos de manera correcta seremos castigados. Muchas veces el miedo al castigo y mucho más si es de una índole colosal, nos motiva a obrar bien. Y normalmente, obrar bien significa actuar bajo el sistema de creencias en el contexto en que se vive. Esto ya es traducido en una manera de control político-social, mediante la uniformidad impuesta en los actos con limites que no deben ser sobrepasados, así se construye un orden. Recordemos que la iglesia estuvo en tiempos anteriores muy ligada al poder político. EL dominio mediante nuestros miedos es algo que muchas sociedades y culturas han usado.

No niego que haya un fin moral, una rectitud en la conducta en el cristianismo en la idea del infierno. Quizás esto fue lo que trato de enseñar Jesús. Pero con el paso del tiempo, sus enseñanzas fueron interpretadas por hombres, que ponen en su manera de ver las cosas, sus propios deseos y anhelos. Muchos de estos hombres tenían sed de poder, por lo cual usaron las enseñanzas para sus propios fines. Eso nos ha enseñado la historia mediante los abusos cometidos por la Iglesia. Pero también ha tenido puntos fuertes y buenos, el principal fue ser el apoyo espiritual-emocional de una gran cantidad de hombres. Además que tire la primera piedra quien no haya hecho nada malo.

¿Con todo lo dicho, se puede afirmar la existencia del infierno? La única idea que permitiría la existencia del infierno sería la ausencia de Dios. Por eso al comienzo del texto, Lucifer proclamaba: “mi reino significa tu perdición, tu muestra de imperfección”, pues donde reina el mal, lógicamente no esta el bien. Pero aún así, no hay forma de probar que exista este lugar. Ante este vacío, prefiero verlo de otro modo.

Yo veo el infierno no como un lugar ni tampoco al cielo, a donde se va luego de morir. ¿A dónde vamos entonces? No lo se, no hay forma de saberlo. Por eso, pregúntamelo después de muerto. Aunque quizás no te responda por encontrarme en el más profundo silencio, en la nada. O quizás este en otro lugar, por lo cual no podre comunicarme. No lo se. No me preocupa, estoy vivo aún.

Estos dos conceptos tienen fines morales. El infierno nos enseña el camino de la rectitud; que nuestros miedos nos sirvan para llevarnos por el buen camino. Mientras el cielo, es una motivación a actuar bien, siendo recompensados por nuestros actos. Pero ambos resaltan la libertad del hombre y su responsabilidad sobre sus actos.

El bien y el mal son ideas relativas que dependen de cada uno y del contexto donde se vive. Cada uno, según lo que le han enseñado, decide que actos son buenos o cuales son malos. Es un concepto que pertenece al hombre y no a la naturaleza. En la naturaleza no hay nada bueno ni nada malo; todo se complementa. Nosotros somos los que juzgamos en ella y esto es a partir de nuestras experiencias previas. Si hubiera lugares del bien y el mal, tendrían que trascender la naturaleza humana, estar antes de la aparición del hombre. Pero como vemos estos dos conceptos nacen en el hombre mismo, quizás mediante comparaciones de objetos, que algo es mejor o peor; o mediante propias convicciones, como que algo es bueno porque ayuda a cumplir mi deseo.

El mal podría ser tomado para mostrarnos que existe algo mejor, como un maestro que nos enseña a no conformarnos con lo que tendríamos si todo fuera bueno, pues nadie se sorprendería y todo seria tan normal; en cambio, cuando hay algo malo o vivimos con esa idea, cuando encontramos algo bueno, nos asombramos, luchamos por conseguirlo, así mostrándonos lo maravilloso que puede llegar a ser la vida. Esa dosis de imperfección es la que vuelve nuestra existencia mágica y asombrosa.










1 comentario:

Anónimo dijo...

Asombroso...